Científicos alertan de la pérdida de conectividad Andes-Amazonia

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Por: Tatiana Pardo Ibarra
Periódico El Tiempo
17 de agosto 2018 

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La región más extensa del país, que actúa como un corredor natural que conecta los Andes colombianos con la inmensa Amazonia, está siendo fracturada por la expansión de la frontera agrícola a gran escala, ahora más amañada tras la salida de las Farc de ciertos territorios estratégicos. Así lo advierte una reciente investigación publicada en la revista Conservation Letters.

Se trata del megacorredor Picachos-Tinigua-Sierra de la Macarena-Chiribiquete, cuatro parques nacionales naturales (PNN) que permiten un flujo e intercambio genético de un lado al otro. La conexión de este paquete de áreas protegidas, sin embargo, corre más riesgo tras la firma de la paz con el grupo guerrillero, escenario que ha desatado un fenómeno que ahora se muestra con mayor intensidad y preocupación: la deforestación.

Uno de los resultados más significativos de este fenómeno, advierte la investigación, es que están quedando pocas regiones dentro del país que “mantienen el flujo genético a gran escala y el intercambio de la biodiversidad, que permiten la migración y la diversificación de distintas especies”. En términos coloquiales significa que este corredor Andes-Amazonia se ha ido desconectando poco a poco, por lo que cada vez se vuelve más difícil para una especie ‘cruzar’ y colonizar otros territorios

“Cuando rompemos esto estamos aislando a las poblaciones y a las especies, que están en constante movimiento aunque no lo veamos. Es una gran amenaza para mantener la biodiversidad y la creación de nueva biodiversidad. Ponemos en riesgo su existencia”, le dice a EL TIEMPO Nicola Clerici, profesor en ecología del paisaje de la Universidad del Rosario y autor principal del estudio.

Al cruzar datos de cobertura boscosa, los científicos encontraron que entre los años 2000 y 2015, hubo una pérdida forestal de 634 kilómetros cuadrados (km2) dentro de los tres primeros PNN (aproximadamente el 5 por ciento de la superficie total) y 1.152 km2 deforestados en una zona de amortiguación de 10 km a su alrededor.

“Colombia ahora está experimentando las consecuencias del vacío de poder dejado por las Farc. Grupos armados están utilizando esta oportunidad única para expandir las actividades ilegales a nuevas áreas no controladas, en las que están las zonas protegidas, cuyo control y gestión estatal en algunas regiones colombianas es extremadamente difícil”, sentencia el documento.

El escenario actual se vuelve más complejo. Según los últimos datos del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), Colombia arrasó con 219.973 hectáreas (ha) de bosque natural en el 2017; el 65,5 por ciento de esa cifra se concentró en la Amazonia, donde la pérdida de bosque se duplicó de un año a otro. En ese mismo informe, se advierte que en seis áreas protegidas ocurrió el 89 por ciento de la deforestación dentro del sistema de parques. Las víctimas precisamente son: Sierra de la Macarena, Tinigua, Paramillo, cordillera de los Picachos, La Paya y Nukak.

Solo en el caso de Tinigua, Global Forest Watch advierte que entre febrero y abril de este año ya han desaparecido 7.000 hectáreas de bosque de las 208.000 que lo conforman. El tupido bosque, que cobija especies como el jaguar, la nutria, el mono araña, el caimán llanero, la danta y la tortuga morrocoy, poco a poco, pero en vivo y en directo porque esto se puede evidenciar a través de sobrevuelos e imágenes satelitales, se ha ido reemplazando por parches de tierra para cultivos de uso ilícito, praderización, ganadería o extracción ilegal de madera.

La conexión del río Guayabero, en el PNN La Macarena, con la serranía de Chiribiquete también se ha fragmentado por la presencia de las fincas más grandes que hay dentro de un parque en Colombia: entre 700 y 1.300 ha cada una”, cuenta Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS).

Las zonas que antes estuvieron aisladas por la guerra, esa porción del país desconocida para el mundo, para los científicos, para los colombianos, para los ojos ávidos de las multinacionales, son hoy apetecidas. La incertidumbre que durante tantas décadas generó el miedo paulatinamente ha ido desapareciendo y hoy las actividades ilegales, junto a nuevos actores armados y disidencias, están regresando y poniendo en riesgo el hogar de diversos animales y plantas.

“Durante el periodo de posconflicto, el control efectivo de las tierras protegidas y no protegidas por el Estado debería garantizarse no solo por una presencia física reforzada sino por la rápida implementación de programas de desarrollo rural donde la participación local en la conservación de la biodiversidad es un objetivo primario”, dice el estudio, apelando a que se sigue necesitando mayor inversión y cooperación internacional.

El escenario por el que atraviesa la Amazonia se traduce, en parte, por la riqueza hídrica que tiene la región. Ríos como Guaviare, Inírida, Vaupés (y sus dos principales afluentes: Itilla y Unilla), así como afluentes y caños del Apaporis y el Caquetá, son rutas que permiten acceder a zonas de resguardo, movilizar cocaína, armas, aprestos militares y tener salida a países vecinos como Brasil y Venezuela, además de retomar contactos con mafias y organizaciones internacionales del crimen.

Hoy, según la Fundación Ideas para la Paz (FIP), en los departamentos de Meta, Guaviare, Caquetá, Guainía, Vaupés, Arauca, Vichada y Putumayo operan disidencias conformadas por exintegrantes de los frentes 1 (liderado por alias Iván Mordisco), 7 (por alias Gentil Duarte), 16 (por ‘Giovanny Chuspas’), 40 (en cabeza de ‘Calarcá’), 14, 15, 27, 40, 48 y 49, además de la columna móvil ‘Teófilo Forero’ (por ‘Wílder’). Se habla, aunque no con una única cifra, de unos 1.500 disidentes en el país que, también, quieren controlar la extracción de minerales como oro y coltán.

El llamado de los científicos, entonces, es a ponerle la lupa al megacorredor y a las dinámicas que se están cocinando allí y a su alrededor. Para Camilo Salazar, coautor y Ph. D. en biología, el reto radica en que “se desconoce completamente cómo los animales están usando este corredor para dispersarse y si esa dispersión en ambas direcciones es o fue importante en formar nuevas especies o mantener las que ya existen”.

Según le explica a EL TIEMPO Salazar, gracias a el color de las alas de las mariposas del género Heliconius, por ejemplo, con las que él trabaja, se sabe que hay una mezcla de dos subespecies, una andina y la otra amazónica, lo que genera una zona de hibridación en el transcurso de este ‘puente’ natural.

“Truncar este tipo de conexiones puede afectar el comportamiento de las especies, su oportunidad de encontrar pareja y, por ende, interrumpir la conectividad genética de sus poblaciones”, remata.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Fuente: https://www.eltiempo.com/vida/medio-ambiente/impactos-del-posacuerdo-en-la-conectividad-andes-amazonia-257182[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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