La Amazonia, mitos del pasado con realidades de futuro en peligro

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La Cima

20 de Octubre de 2020

 

América latina es leyenda múltiple, plena de mitos y relatos cruzados, que parten tanto del este atlántico como del oeste. Unos sobrevivieron a pesar de todo; otros se los llevó el tiempo y sus vientos hacia no se sabe dónde. Amazonia es estampa idílica y fábula compuesta. Imagen admirada hoy en día, justamente reconocida con un pasado mezcla de realidad y alegoría, y un futuro algo o bastante comprometido.

Una mujer limpia una cacerola en Kitamaronkani, en el distrito amazónico de Pichari (Perú). La mujer forma parte de la comunidad de Ashaninka, que es la principal tribu de la Amazonia peruana. (GTRES)

En ella hay hitos que deslumbran hacia cuya búsqueda partieron muchas expediciones. ¿Quién no ha escuchado alguna vez la palabra potosí, riqueza extraordinaria, de la cual hasta se hizo eco Cervantes con aquel “vales un potosí”? Todo viene de ese Cerro Rico del Potosí boliviano -cofre de metales preciosos, no muy lejano de lago Poopó, de la ciudad de Sucre y de la Amazonia- que tantas riquezas aportó a la corona española, y tan menguadas quedaron para sus vecinos. ¿Acaso se trataba de El Dorado? Esa fantasía persistente de la Amazonia de la que hablaban una y otra vez los conquistadores españoles de antaño.  Podría ser un enclave antiguo que según recientes exploraciones, a las que parece que guió un manuscrito del siglo XVI localizado en el archivo romano de la Compañía de Jesús. Se localizaría en la actual ciudad peruana de Paititi, en las ocultas profundidades de la selva amazónica. Pero El Dorado como leyenda áurica estaba en la mente y en la intención de los muchos avariciosos. Todo suena a mito, leyenda, extrañas circunstancias, peleas y ritos. Así lo han retratado películas varias, como la que con el mismo nombre dirigió Carlos Saura en 1988 u Oro de Agustín Díaz Yanes en 2017, por citar solo dos ejemplos que tuvieron mucho éxito en España.

Escena de la película ‘Oro’.

Alguna de esas historias de leyenda aseguran que los soldados españoles que iban tras la riqueza, hacia la mitad del siglo XVI, se vieron sorprendidos por unas fieras “mujeres en cueros”, amazonas que les hicieron desistir en su intento en aquel momento. Así, desnudas y fuertes las describían quienes fueron derrotados. Los mitos abundaban tanto que casi se convertían en realidad. Puede que Orellana –que se peleó con otros exploradores venidos de España porque por entonces muchos eran egoístas en busca de honores- tuviese algo que ver en la difusión del asunto. Por lo que parece, la estampa de esas mujeres sin igual –alguien escribió que se cortaban un pecho para disparar mejor los arcos- parece ser que motivó a Cristóbal Colón, también a Hernán Cortés o Nuño de Guzmán. El viejo mito o leyenda se fraguó mucho antes de arribar a América, lejos en lo espacial y lo temporal. Llegó desde Grecia antigua, pues otras amazonas ya debían figurar en La Ilíada y Heródoto escribió algo sobre ellas. Pero el asunto del nombre no está nada claro: unos dicen que viene de un pueblo asiático quizás en la Capadocia o en la zona de Irán, otros apuestan por derivarlo del griego a(sin) y mazòn (pecho) y alguien dice que ni siquiera esto, que es un invento de la etimología popular griega. La cosa no acabó en el siglo XVI. Más tarde, algún explorador francés se lanzó a mitades del siglo XVIII a la aventura, en busca de una hipotética república de mujeres. ¿Quién sabe si la encontraría?

Amazonas en un grabado del Siglo XVI de Theodore de Bry (White Images/Scala, Firenze)

Por lo que sea, el mito femenino se expandió mucho. Tanto que figuraba en grabados –no se ve que les faltara el pecho a las guerreras- editados por Theodore de Bry, una especie de cronista de viajes y además editor del siglo XVI, que también recogió en imágenes, cual si hubiera sido un corresponsal de guerra de los de ahora, los desmanes de los conquistadores españoles, a los cuales no debía apreciar mucho o nada. Pero de eso los historiadores saben bastante más y hay que acudir a ellos para crearse una imagen más correcta de todo, como que el primer mapa del Amazonas lo trazó el jesuita alemán/checo Samuel Fritz en 1707, que se mantuvo unos 40 años por aquellas tierras.

Amazonas, ese gran río que sería el más largo del mundo si lo unimos a sus fuentes, atraviesa como tal Perú, Colombia y Brasil. Alberga en su sistema hídrico más agua que los otros tres grandes ríos del mundo juntos: Nilo,  Yangtsé y el Misisipi; la quinta parte del caudal fluvial de planeta. Su cuenca hidrográfica (con sus fuentes Marañón y Ucayali) alcanza a otros países. Si los sabios griegos hubiesen conocido esto habrían conseguido que sus dioses lo hubieran cobijado en su prolija teología. Muy mitológico lo vería Pablo Neruda que le dedicó un poema en el que lo llamaba capital de las sílabas del agua, padre patriarca y eternidad eterna de las fecundaciones; decía de él que ni la luna lo puede vigilar ni medir. Siempre queda la duda de lo que sabe la gente sobre el Amazonas. National Geographic nos permite hacer un testeo rápido.

(WWF)

Pero no es mito ni presencia idílica en la cultura global lo que nos impulsa a escribir esta entrada. La Amazonia, que tanto tiempo ha ejercido sin buscarlo como “el dorado climático” está en peligro; esta vez los conquistadores llegan por tierra, mar y aire. La cruda realidad dice que su deforestación está adquiriendo niveles históricos, aunque algunos políticos y empresarios brasileños no lo crean. Ahora mismo la degradación de sus tierras –selvas que dejan de serlo sin desaparecer- va paralela a la deforestación –talas abusivas muchas de ellas para aprovechamientos ganaderos-. Lo cuenta National Geographic en un artículo de junio pasado: La deforestación del Amazonas alcanza niveles históricos debido al consumo de carne. A los pobladores de la selva puede que no les hayan llegado noticias de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que tampoco conozcan que para el año 2030 se plantea el ODS. núm. 15: Gestionar sosteniblemente los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras, detener la pérdida de biodiversidad. Si alguien tiene dudas de las tropelías que contamos que busque en Internet las fotografías que proporciona la NASA sobre el territorio aludido. También puede visionar La Amazonía: última llamada, está en varias cadenas o la más reciente Sob a pata do boi (Bajo la pata del buey. Cómo la Amazonia se convierte en pasto), en Youtube.

Pero hay algo más que la perseverante realidad nos muestra, que la ciencia nos recuerda en estos tiempos de la Covid-19. La destrucción de las grandes masas selváticas tiene una estrecha relación con la aparición de enfermedades zoonóticas. Hemos escuchado a WWF que el 70% de las enfermedades humanas están relacionadas con la pérdida de los bosques. Convendría asomarse a su Pérdida de naturaleza y pandemias. Un planeta sano por la salud de la humanidad. También se puede mirar en el interesante Lecciones de la pandemia para un planeta saludable de la CIFOR (Centro para la Investigación Forestal Internacional).

La Amazonia fue durante mucho tiempo un escudo muy dorado, por su benefactor efecto protector de nuestra vida, además de una farmacopea. La actual amenaza viene de antaño, pero los nuevos dirigentes de Brasil tienen mucho que ver en su aceleración. Tanto es así que la Fiscalía brasileña abrió hace un par de meses investigaciones para aclarar el asunto de los incendios y la degradación. Se nos escapan los antiguos mitos ante las nuevas incertidumbres. Lancemos desde aquí un llamamiento global para salvar la Amazonía, para preservar “el dorado global” que se nos disgrega. Su vida está en peligro, pero si desaparece también padecerá la nuestra.

Cada vez se nos hace más alta La Cima 2030, y la 2050.

Activistas de Greenpeace manifestándose contra Jair Bolsonaro en Berlín (Adam Berry/EFE/ARCHIVO)

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